¿Por qué leer?
Zaid, el niño que
aprendió a leer solo
Por: José de Jesús
Marmolejo Zúñiga
Pocos
libros me han impactado tanto en su defensa armoniosa de la lectura, como
“Leer”, del año 2012. La creatividad del ingeniero industrial, Gabriel Zaid, es
un chispazo de claridad y permite el embelesamiento que él mismo presenta: “Desde
que empecé a leer, la vida (lo que la gente dice que es la vida) empezó a
parecerme una serie de interrupciones”, nos dice.
Su
estilo, aparte de profundo −es capaz de visualizar hasta el horizonte−, nos
ofrece la alegría de vivir, en múltiples precisiones la hilaridad hace de los
episodios un festín, así nos narra cómo, en el inicio de sus días, su madre, en
compañía de una amiga, charlan amenamente en la calle mientras el pequeño
deletrea algunos anuncios publicitarios −pero, ¿sabe leer? −, pregunta la amiga,
−al parecer−, responde la madre.
Leer
este ensayo de Gabriel Zaid, equivale a plantearse con certeza aquellas
preguntas e ideas que quizá a veces hemos intentado en torno a la lectura, cada
página se va llenando de postulados contundentes como éste: “No bastan los ojos
para poder leer, se pueden ver letras y no leerlas. Podemos ver el mundo creado
y conformarnos con que esté ahí. Pero podemos también recrearlo, interpretarlo,
organizarlo: leerlo”.
Ese
electrizante pensamiento llena de protones el ambiente, y de suaves melodías
los libros de texto, génesis confirmada, pues finalmente se dice que Zaid ve
con ojos de ingeniero asuntos editoriales y con ojos de poeta asuntos de ingeniero.
Finalmente, comparte una visión como debe ser la de la ciencia en todo caso,
humanista y propositiva de los asuntos del ser humano, el principal, la vida
misma.
Rápidamente
engancha el autor, pues hace preguntas obvias, como aquellas que inician una
plática, pero la magia se encuentra en el desarrollo de las expresiones: “¿Te
gusta leer? Todo aquél que percibe la realidad y la organiza de un modo
congruente, la está leyendo”. Afanoso hallazgo. ¿Cuántas formas habrá de leer
la realidad? ¿Y cómo caracteriza este matiz a cada uno de los individuos? ¿Los
ilumina o los ensombrece? Nos adelanta esta repuesta: “Otros, más bien pocos,
disfrutan al leer personas, lugares, estadísticas, mapas, versos e ideas. Y van
más allá: son congruentes con lo que leen y con lo que hacen. Buscan la
claridad y si la encuentran, la transmiten”.
En
alguna ocasión, leí un episodio reconfortante para ese momento en el que me
agobiaba la idea de no “retener” mucho de lo leído, hablaba en torno a la
analogía de la lectura con una maceta, el maestro explicaba al pupilo que si
bien no todo lo que leemos se nos queda, aquello que pasa por nuestra mente,
como el agua por las raíces de la planta, la va fortaleciendo, enriqueciendo y
dándole vida. Cuando leemos en complemento estas ideas de Zaid, sabemos que la
lectura no es solo un ejercicio mental para mantener la mente ocupada o viva
algunos instantes, su gran poder transformador está en lo que encontramos y
decidimos aplicar, vivenciar, probar. Es en este momento donde, de manera
sustancial, podemos entrar en contacto con grandes mentes del pasado. Cierra
este concepto maravillosamente diciendo así: “La lectura, la buena lectura
deriva siempre en hacer cosas, en realizar actos: en modificar el mundo”.
Francia
reclama con justicia ser una segunda patria para muchos intelectuales
mexicanos, se atribuyen parte del estilo de Diego Rivera, también el ser el
espacio donde Zaid aprendió a leer por segunda vez. Aquí uno de esos aspectos que
para el curioso siempre serán un tesoro, nos expresa: “En meses desolados,
sumergido en una lengua extranjera… descubrí un Quijote y empecé a releerlo. Me
acompañaba cuando peor me sentía”. Las aventuras de Cervantes en la tierra de
Víctor Hugo y Balzac, el escenario de la campiña para los molinos de viento.
Sin
duda, en la vida se trata de ser actor, ser protagonista, pero como si
escucháramos a Baudelaire, a veces, podemos llegar a un conocimiento y una
reflexión tal que podemos llegar a ser narrador de nuestra propia vida, un
efecto de iluminación que nos permite llegar mucho más allá de las acciones.
Así lo expresa Zaid: “La liberación está en la manera de ver los episodios más
que en los episodios. Me identificaba con el narrador, no con el protagonista,
y eso me liberaba de mis fracasos como protagonista”. Esta frase es
fundamental, y si me lo permiten, muy mexicana, preferimos ser quien juzga y
evalúa, aunque tengamos oportunidad de ser parte del juego mismo, evaluando al
otro liberamos un poco la responsabilidad que nos corresponde. Hasta que llega
ese hálito, ese pensamiento de instante y de futuro, la conciencia.
Después
nos explica este caudal inagotable que es una buena lectura, cuando al abrir
las páginas del libro se abren las del entendimiento, las de un mundo superior,
más interesante, pleno de lo desconocido. Los grandes autores nos llevan a
investigar y completar nuestro nivel básico de cultura, hacerlo es también
empezar a vivir. Así: “Toda palabra lleva a la otra, todo poema implica otros,
todo libro es parte de esta conversación interminable, inabarcable que llamamos
cultura”. ¿Quién al leer un libro no ha anotado nuevos autores o nuevas obras?
¿Quién no ha puesto el separador o cerrado ese texto un instante, porque se ha
abierto en ese justo momento un vórtice que lo reclama en su naturaleza?
Al
respecto, asociado con conceptos de libertad, Zaid impulsa conceptos poderosos,
que son tan reales que se argumentan a sí mismos, pero la asertividad los hace
a la vez sólidos y diáfanos, de esta manera desarrolló el concepto de “cultura
libre”, que identificó con el saber independiente y horizontal, en
contraposición con el saber cerrado, jerárquico y universitario.
Esa
es una ancha tela, con la que aún hay mucho por confeccionar, cuando se decida
quitar el velo en el sistema educativo, así es como el conocimiento se genera,
ahora más que nunca, en múltiples espacios. La escuela es formadora, pero no
tiene la capacidad de impulsar, a menos de que se lo proponga, las experiencias
en el hogar, con la familia, y dentro, podríamos decir, de uno mismo. Se
identifica al Estado, la Iglesia, las universidades, la prensa dogmática, un
continuo de barreras contra el desarrollo de la cultura libre.
Pero
sin lugar a dudas, la principal batalla para el pensamiento auténticamente
libre, está dentro de cada uno, en la amalgama entre lo que conocemos, lo que
sentimos, experimentamos y reflexionamos con profundidad. En contraparte, se
argumenta lo siguiente: “La vida universitaria no se basa en la expansión del
saber vivo sino en la administración del saber bajo la forma de títulos que
posibilitan el acceso al mundo laboral”. Cuando lo conocido en ese periodo de
tiempo, no es útil, aplicable o profundo, se habrán convertido en años perdidos
de atrofiamiento voluntario. Además “no todos podemos ser universitarios y
tener sus privilegios, hay otros modelos de vida dentro de los cuales se puede
ser feliz”.
Como
buen maestro −que busca huir de tal concepto propio de los intelectuales−, por
temor a ser moralizante, impulsa el “mantener el espíritu de la juventud
enriquecido”. Es pues uno de esos grandes hombres que tienen la impronta de los
prohombres del siglo XIX, y así, “no se conforma con leer un poema, revisa sus
cinco traducciones al español, las versiones en francés y en italiano; con
ayuda de un libro de Cornelius Castoriadis intenta descifrar el griego arcaico,
revisa planetarios visuales y calendarios agrícolas para saber del cielo en la
época que se escribió el poema…” Este es pues el mundo vasto que se nos pone entre
las manos, al que nos pide renunciar la ansiedad de nuestros días, a quien nos
pide volver la vista nuestro intento de una vida más interesante. Después hace
falta compartirlo, platicarlo, en ocasiones hacen falta compañeros para ello,
algunos escribimos y ahí la tranquilidad llega.
Con
esa avidez nos deja conceptos importantes:
- Es
importante la autoconciencia, saber dónde estoy en la lectura, qué estoy
haciendo cuando leo.
- Se
debe leer para hacer, al leer se da forma al mundo.
- Leer
nos hace más reales, nos sirve para ensanchar el mundo, para
desoprimirnos, hacernos más plenos.
- Leer
poesía hace posible cambiar el mundo.
- Al
leer volvemos la letra muerta en letra viva.
- La
lectura anima la vida: la cultura es apetito de saber; pero el mundo
moderno está organizado para no leer: nos quita tiempo, sustituye la
lectura por el prestigio.
- La
lectura debe ser por gusto, como acto integral no curricular.
La
teoría de la lectura de Gabriel Zaid, nos alimenta, nos expone a la vez que nos
advierte que “nuestra visión del mundo, puede hacer que prefiramos las cosas,
sin que tengamos tiempo para disfrutarlas”.
Este
fue un primer escrito −prometo volver al tema− en torno a un niño que aprendió
a leer solo, que de joven se embriagaba con los libros de una biblioteca, que
más tarde concibió la ambición total de leer todos los libros, y que sólo
renunció a esa ambición cuando comprendió que podía extender esa mirada lectora
de las páginas de un libro, al mundo entero.