La intricada historia de amor prohibido: El Fausto, de Goethe

 


La intricada historia de amor prohibido: El Fausto, de Goethe

Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga

La educación es una pasión que trasciende el tiempo. Nuestra admiración recae en aquellos que antes trazaron el camino.

Aludamos al grupo precursor de la educación y el conocimiento en el siglo XX, el llamado “Ateneo de la Juventud”, que solía acrisolar las inteligencias de Antonio Caso, quizá el primer universitario por antonomasia; José Vasconcelos, fundador de la Secretaría de Educación Pública; Alfonso Reyes, el intelectual y diplomático más apreciado de la época; y Pedro Henríquez Ureña, el “Sócrates del conjunto”.

Se reunían en la casa de Antonio Caso, donde un busto del alemán Wolfgang von Goethe, presidía sus apasionadas reuniones. Vientos de cambio que venían con una carga clásica del Mediterráneo, desplazaban poco a poco al positivismo de Augusto Comte, para resurgir al humanismo no sin cruentas batallas intelectuales. A propósito, dirá el personaje de Thales en el Fausto: Es en verdad algo ser hombre digno en su tiempo; a lo que replica Proteo: Sí, cuando se es hombre de temple. Es lo único que resiste a la acción del tiempo. Y rematará casi al final con el siguiente concepto: Solo es digno de la libertad y de la vida, aquél que sabe cada día conquistarse una y otra.

Con estas frases, nos preguntaríamos ¿quién es Goethe?

El autor alemán es un personaje impresionantemente didáctico, concluiríamos en primera instancia. Sus escritos, que son ideas, y sus aforismos, que son pensamiento en acción como los recuperados por su secretario Eckermann en el texto Conversaciones con Goethe−, te colocan en una primera fila de la cultura. Así, puedes, por ejemplo, trasladarte en uno de sus relatos a la melódica vivencia de una noche apasionada de piano con María Szymanowska, pues su casa en Weimar solía recibir a todos aquellos amigos de la música.

Las propias obras literarias de Goethe se convirtieron en notas musicales, destacan las óperas de los sufrimientos del joven Werther y, por supuesto, la de Fausto. De la primera, tenemos una magistral interpretación en el Pourquoi me réveiller, ¿soufflé du printemps?, de Jonas Kaufmann, con la Orquesta Filarmónica de Praga; de la segunda, la de Franz Liszt, con la Orquesta Sinfónica de Chicago. Al coincidir en la época Beethoven también hizo una composición para el literato, llamada Meeresstille und glückliche Fahrt, “Buen viaje y mar calmo”.

En el universo de conocimientos que es Goethe, te enseña también a apreciar varias de las manifestaciones del espíritu humano, como la de la pintura. En ella, las técnicas, los colores, las expresiones de los personajes retratados en sus episodios de vida; al respecto busca ver en las imágenes “flechas que verdaderamente se claven” y cataloga con severidad, mostrando las bodas aldobrandinas “resabios de obras de un tiempo donde las cosas se hacían bien”. Ingresa, en esos momentos, un concepto que él también encarna, el de Maestro, para aseverar que los antiguos maestros van dejando este mundo y que los jóvenes no se dejan guiar por esa sabiduría en los tiempos actuales. Toda conciencia pujante requiere, pues, para él, un buen tutor.

Su casa siempre llena de destacadas obras para deleitar la vista: esculturas, grabados, bustos. Dentro de esta última gama, el de Juno, desde donde puede accederse a su encanto por Italia, en general por lo romano. Por supuesto, nada de esto puede distraer de su quinta esencia, la escritura y la poesía. No es fortuito que el propio personaje haya decidido titular a sus memorias “poesía y verdad”.

El viaje hacia la pasión se abría, aun sin percibirlo racionalmente, con Fausto.

Tras esta introducción, cabe señalar que he leído −además de las Conversaciones con Goethe, de Eckermann−, Las penas del joven Werther, cuyo libro me entregó esas últimas páginas llenas de drama en un diciembre, coincidiendo con la fecha fatídica del personaje principal, de la misma manera, Los años de aprendizaje del William Meister, donde con placer encontré la forma de decir Maestro en alemán “Meister”, de la misma manera en dicha obra encontré ese obcecado curso de vida lleno de aventuras, donde los valores se ponen a prueba y al final desencadena la mayor felicidad posible, haciendo vibrar las cuerdas del esfuerzo humano y donde probablemente escucharíamos con potencia una de las convicciones más rotundas del autor: la posibilidad de admirar al ser humano por su capacidad de sobreponerse a los retos que le presenta su realidad.

En este instante, también podríamos recordar el poema de Cavafis, denominado “Ítaca”:

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al colérico Poseidón,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si tu pensar es elevado, si selecta

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al salvaje Poseidón encontrarás,

si no los llevas dentro de tu alma,

si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.

Que muchas sean las mañanas de verano

en que llegues ¡con qué placer y alegría!

a puertos nunca vistos antes.

Detente en los emporios de Fenicia

y hazte con hermosas mercancías,

nácar y coral, ámbar y ébano

y toda suerte de perfumes sensuales,

cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.

Ve a muchas ciudades egipcias

a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya qué significan las Ítacas.

Ítaca a la vista, finalmente terminé hace algunos días la célebre obra cumbre, que así lo consideré en el manejo del lenguaje, en la profundidad con la que se vive la obra. Si bien, como lo expresaría Mario Vargas Llosa, es difícil la competencia de la literatura con el entretenimiento del cine, la televisión o las redes sociales en nuestro tiempo, la forma de narrar los hechos es de una tesitura superior, aunque el argumento del pacto del hombre con el diablo sea un tema que, por su recurrencia en el pasado, ha sufrido desgaste en su idea original, aunque nadie puede negar la presencia de esta relación, con no necesariamente muy sofisticadas formas en el presente. Donde existe barbarie, se encuentra esta íntima relación del hombre con lo maligno.

Fausto, es pues, aparte de la búsqueda más allá del conocimiento, de la magia, de lo prohibido. ¡Pobres hambrientos de lo inexplicable! Dirá a la postre el demonio de la novela. Esta acción pareciera una derrota de la filosofía y, a su vez, un paso lógico en ese conocer lo que se tiene e ir en búsqueda de lo desconocido, por ello la trama mueve tanto nuestros espíritus. Esa perene inquietud la encontramos a lo largo de la historia, y nunca llegamos a abarcarlo todo, pues nadie puede contar con la verdad completa, así la obra nos propicia esta certeza: no hay secreto para ti en el todo, pero lo hay muy grande en las fracciones.

Si de un clímax prematuro vale justificar en el Fausto, podemos encontrarlo, sin lugar a dudas, en el momento donde palpitan las arterias del amor. Todo se pone color verde esperanza y llegan hasta mí balsámicos aromas, según indica la frase. El relato del enamoramiento de Fausto por Margarita, la grácil chica llena de belleza, serenidad, encanto, ingenuidad y entusiasmo, es una fabulosa puerta al pasado, de la experiencia en los casos afortunados, pero también del deseo inquebrantable del amor puro, al que todos los seres humanos se ven llamados.

¿Qué mueve nuestro corazón en este momento? Quizá nos lo descubre la misma obra “Do florezcan las rosas, o do oigamos un dulce canto, hallamos siempre un grato recuerdo de nuestra pasada juventud, que nos hace brincar de puro gozo”.

Tras la concreción de ese ansiado placer que reúne a los enamorados −que apresura el hombre y que defiende la mujer, pero que terminan concediendo ambos−, el romanticismo, como suele suceder, desencadena en tragedia. Así, con una fuerte carga moral (la de la cultura y la costumbre del siglo XVIII europeo), con esos detalles que al mismo tiempo son delitos que permanecen aún en las noches más frenéticas de los amantes escondidos, Margarita −en la búsqueda de sublimar instante en eternidad−, excede porciones en la sustancia que ha de suministrar a su madre, de la misma forma, su hermano muere al tratar de defender su honra a manos de Fausto y, por el último, como si una de nuestras versiones de la Llorona se asomara, una culpa más se agrega con el ahogo del hijo ilegítimo de la relación prohibida.

La libertad inicial de los personajes no se ha de conseguir hasta el Juicio Final, pues Margarita muere en una prisión, cuando Fausto busca rescatarla. Ahí termina también esa parte de la obra, que parece ser la base de la versión completa, el resto se muestra complejo, como si de otro libro se tratara.

El periplo nos permite ver ahora un conjunto de secuelas, donde Fausto, transita, dialoga, se encuentra con míticos seres del clasicismo, romanos, griegos ¡Incluso la Esfinge egipcia! Dentro de trepidantes diálogos de fantasía, uno llamada poderosamente la atención, el que tiene el personaje principal con Elena de Troya. Expresa la belleza más famosa y atormentada del mundo clásico, recordándonos que la dicha y la belleza no pueden estar por mucho tiempo unidas: “Tenía todos estos tesoros bajo llave; y ahora los cedo porque te pertenecen: les creía preciosos, raros, verdaderos, y ahora comprendo su futilidad”. Y continúa el romance “haz que sea un solo hombre tu admirador, tu esclavo y tu custodia”. A manera de respuesta, encontramos: “Todo el secreto está en el corazón; cuando uno está animado de vehementes deseos mira y busca en torno suyo”. Sentencia Goethe: “Solo merece el favor de las mujeres el que sabe protegerlas denodadamente”.

Se nota aquí la vena de gran orador del alemán, quien envía a través del tiempo, el mismo consejo de todos los hombres que han llegado a mover la voluntad del ser humano: “Todo lo destinado a obrar en los corazones, debe salir del corazón”.

Siguen apareciendo Mefistófeles y Fausto en la trama, el primero haciendo todo lo que el segundo indica, apoyan al emperador de Alemania en sus batallas, es memorable la mesura del mandatario tras la victoria hablando al copero: “Celebremos sin pasar los límites de una prudente alegría”. Pero no es el único, Baucis también expresa: “No creas en tierras que han cubierto las aguas; conserva tu morada en la altura”.

Por su aporte en la lucha, Fausto obtiene un pedazo de tierra con vista al mar. Mefistófeles obtiene lo mejor de la escena aportando: “Solo el mar y su libertad emancipan el espíritu; solo allí puede verse lo de que es capaz la reflexión”.

Sin embargo, Fausto cuenta en su nueva tierra con un tormento: escuchar el repicar de campanas −siempre presentes desde el bautismo al entierro− de una iglesia, que han puesto exprofeso para cercarlo.

Ante el intento de rediseñar el paisaje, Mefistófeles cumple mal una de sus últimas misiones, la de reubicar a un par de viejecitos que se encontraban en el terreno, a un mejor sitio: al no abrir la puerta, terminan con negligencia quemándolo todo, incluyendo la iglesia.

A la postre y en una escena que pareciera repetirse a lo largo del tiempo en múltiples productos visuales de la vida cotidiana, Fausto, en un arranque de entusiasmo desmedido por la culminación de una obra que habrá de eternizarlo −la huella de mi vida no puede quedar envuelta en la nada, según expresa−, muere; probablemente, preso de la angustia continuada, y es en ese momento donde podemos ver al Goethe director de obras de teatro, al que puede llevar al espectador desde la ilusión del amor, hacia los más oscuros pasajes.

Dice así su personaje de la angustia:

El mundo deja de existir para el que yo llego a poseer, siendo cada vez más densas las tinieblas que la cercan; para él no sale ni se pone el sol; reine la noche con menos intensidad en el fondo de su alma. No sabe cómo gozar de sus tesoros, todo le incomoda igualmente. ¿Si deberá proseguir o regresar? La resolución de falta, y he aquí que vacila y anda a tientas en la mitad de su carrera.

¿Cuánto hay en este mensaje por parte de Goethe para una generación sumida en la depresión y la ansiedad, como la que vivimos en nuestros tiempos? ¿Cómo se muestra el escritor al visualizar, lo mismo la expresión de Menelao recuperando a Elena −sin hablarle durante todo el camino− de manos extranjeras, que el deseo desmedido de Fausto o las palabras sempiternas de la Esfinge? ¿Qué sentía el alemán en el fondo de su ser, al hablar de la angustia? En la medida que vamos abarcando la obra, empezamos a entender su grandeza.

De cada personaje emana una característica fundamental, misma que retrata porciones de la humanidad, momentos de nuestros días. Es sorprendente la capacidad de Mefistófeles, cuando anuncia con elocuencia: “Arrastrado por el fango de la adulación y la bajeza; el hombre solo llega a comprender lo que le halaga, habla a los devotos de la recompensa de la virtud; habla a Ixión de las nubes; a los reyes de la majestad de las personas, y a los pueblos de igualdad y libertad”.

Y continúa con mensajes en el umbral del tiempo para las generaciones futuras −en cuyo seno ocultamos nuestras raíces, por más que nuestras copas suban arrogantes al cenit, ¿dónde están nuestras raíces?−. Una poética respuesta la podemos encontrar en México, cuando Jaime Torres Bodet expresa a los artistas: “Entre más atreve su ramaje a la inmensidad magnífica de la luz más debe hundir su raíz en la noche pródiga de la tierra, la cultura tiene que compensar en profundidad lo que ansía y proclama en elevación”.

Después se presenta un giro, con Fausto ahora ciego, quien levanta los pies del suelo y quizá, en una clara referencia a uno de los más grandes compositores alemanes, pide que como los antiguos héroes helénicos retomemos la fuerza de los dioses, como los literatos renovemos la inspiración de las musas; expresa: “Adelante, basta una sola genialidad para dirigir mil brazos”. Y continúa: Tiene la humanidad fino el oído; una palabra pura inspira grandes acciones; conoce el hombre muy bien lo que le falta, y acepta o sigue con placer los consejos serios.

La obra cierra cuando, en una cruenta batalla de inteligencias y poder divino, los ángeles terminan arrebatando el alma de Fausto a los demonios, con tesón demuestran que no se debe ceder ante un temor vulgar; ni mucho menos hacer caso de un pasajero asombro. El pacto se rompe, Fausto ha conseguido inclusive que el demonio haga lo correcto en algunas ocasiones.

Se encuentran a continuación los espíritus ennoblecidos de Fausto y Margarita, los enamorados en pleno reconocimiento rumbo a la eternidad. Se cumple por mandato divino que es preciso saber alentarse y resistir los golpes del destino.

En el camino, en este viaje, en la obra de Goethe mucho es erudición, profundidad de pensamiento, argumentos específicos con matices de ciencia, citas bíblicas, literarias y una buena cantidad de aforismos, que permiten profundas paradas a la conciencia. Como expresa en la obra que hoy nos ocupa:

Un buen consejo no debe despreciarse.

Goethe es un hombre que ha vivido, que a su estilo sabe cómo vivir y que comparte esa experiencia:

Que el que quiera bien empiece por ser bueno; el que desea la alegría, modere su sangre; el que busca buen vino, pise racimos maduros; el que quiera ver milagros, fortifique su fe.

Es enriquecedor buscar lo que nos expresa, porque, dentro de lo intrincando de su prosa, pose sabiduría y elocuencia. Vivir y amar, los mayores goces del hombre, nos expresa.

Es el rostro de un hombre culto el que nos mira a través de los pasadizos del tiempo, los libros. Nos observa fijamente como aquel busto que se encontraba presenciando apasionadas charlas en el hogar, en el santuario de Antonio Caso.

Terminaremos este escrito pues, como lo establecen los estudiosos de la obra en acertado párrafo:

El que habla se olvida incluso de comer y beber; pero el que debe escuchar (o leer), acaba por extenuarse.

Esperemos que se compense por ser este un escrito de utilidad, para poder expresar con ese humor elegante de Goethe: “Grita como energúmeno, pero en el fondo… tiene razón”.

Mi viaje concluye para proseguir con mayor ahínco, al saber que el destino se construye también con la lectura altamente delectable, como Fausto.

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