Los mínimos de nuestra educación

 

Los mínimos de nuestra educación

Por: José de Jesús Marmolejo Zúñiga

México es un país con luces y sombras.

La educación es una mecha que encendieron con fe los religiosos y la convirtieron en antorcha los liberales. Después vino la revolución de pólvora helénica e ideas cósmicas, de Vasconcelos. Le siguieron años de una respetable hegemonía, de la mano de nuestros intelectuales. ¿Después? Cumplimiento de sobrias metas con exorbitantes esfuerzos institucionalizados. Una reforma seria, muy próxima a la de un país moderno, la del 2012, que ahora se encuentra en cenizas para dar paso al discurso aspiracional que no se sostiene con el ejemplo, es decir, a la nada.

La complejidad educativa es tan vasta que el extravío constante es predecible. Sin embargo, hay algunos faros que desde altamar son siempre perceptibles. En México nuestro gran reto no es innovar per se, es lograr calidad en el aprendizaje, en la formación integral de los estudiantes. Si el afán de innovación acaba con la posibilidad de atender, realimentar o lograr avances en nuestro estudiante, entonces serán actividades mal encausadas.

En cada amanecer se vive la vocación académica, sin embargo, en muchas ocasiones, las políticas educativas que la rigen apuntan a deslumbrar, en lugar de consolidar. Así lo ocupa la clase política, para demostrar su capacidad de gestionar nuevos programas, apoyos, ideas.

En el fondo del proceso, el padre de familia y los estudiantes, consideraciones sagradas a las cuales solo la conciencia llega. Ya sucedió una vez, una humilde escuela rural obtuvo el mejor puntaje de la evaluación Planea. Sencillo módulo como aula, un poco de agua potable, ubicada en la cresta de un cerro. El resultado fue producto de un docente apasionado con su labor, dedicado de tiempo completo a sus estudiantes, unos padres de familia que respetan al “Maestro” y estudiantes que disfrutan de su paraje y de los conocimientos que se construyen en la escuela, en el día a día.

La escuela se puede ver en las imágenes, es pulcra y ordenada, es un fiel testigo de lo que ahí adentro se realiza.

Y es que la pedagogía no es algo innovador, sea que tome usted los preceptos de Platón, Aristóteles o los grandes educadores modernos, se encontrará ante el reto de conocerse a usted mismo, tener una postura positiva ante la vida, apreciar el pasado, buscar escudriñarlo, vivir plenamente y en paz el presente, así como ver con ojos de esperanza el futuro. El Maestro ama la vida, y tiene fuerza e integridad para vivirla como venga. Eso transmite. No es un ser de otro mundo, iluminado o especial, pero conoce bien la tarea, al respecto, quizá arar la tierra bajo el sol es cansado, pero debe hacerse.

Poner la conciencia al servicio de lo que se busca con los estudiantes, verificar si los materiales que se reciben abonan a ello y prepararse para saber dónde se puede investigar lo que ha de construirse en conjunto con los alumnos, puede ser cansado, pero es una vocación y como en el ejemplo anterior, debe hacerse.

Lo demás es llegar al aula o a cualquier espacio donde uno es maestro, sabiéndose humano y reconociendo en el otro la misma característica, saber tener el don del diálogo, expresándose los unos y los otros en el vaivén de la vida.

Toda estrategia didáctica impulsada por el docente con respeto, pasión y conocimiento tendrá sus frutos, además de que la diversidad en las actividades y provocar la participación del estudiante, eliminará el tedio de la monotonía. Cualquier ingrediente que falte al docente, dejará “coja la mesa”, que se tambaleará durante la sesión. El alumno por su parte, presentará su propia lucha, que deberá comunicar al docente. ¿Hace sentido para la vida, al menos como un ejercicio de conocimiento relevante de la realidad, aquello que se revisa? La reflexión no puede venir solo del académico, tendrá que participar en todo momento el dicente. Si lo que sucede en ese espacio solo lo entiende el Maestro, el ejercicio estará perdido.

Pues bien, este es el santo grial de la educación, el resto son, dependiendo de cómo se implementen, pérdidas de tiempo o tiros de precisión. Si los maestros no tienen tiempo para reflexionar, pensar, visionar, leer, investigar, planear, compartir, ejecutar y medir sus ideas, el conjunto de procesos, convocatorias, capacitaciones y demás actividades, restan al proceso educativo. Si los alumnos no pueden ser motivados a pensar sobre su propio aprendizaje, ser conscientes de lo que están aprendiendo y movidos por su propio interés a investigar por cuenta propia, o bien ser realimentados en torno a su labor, entonces aquello no funciona.

Sin embargo, si en algún sistema educativo ya sucede todo lo anterior con exactitud, entonces es probable que alguna nueva estrategia o programa venga a fortalecer aquello con lo que se cuenta. En un ejemplo, si en aquella comunidad educativa se han consolidado las bases de una buena educación, y se nota que los estudiantes tienen algunas dificultades en la habilidad digital, entonces sí, podrá implementarse con “bombo y platillo” algo que de forma transversal sin desajustar lo que ya se tiene, pueda colaborar con la necesidad detectada.

Pero esto deberá hacerse así, planeado, de forma consciente, no podemos entregarnos a la tesis simple de que todas las ideas que se le ocurren o se copian de algún lugar serán transversales y propicias para todas las comunidades educativas, tampoco el pensamiento sumamente sencillo de que “todo lo que se hace en una escuela sirve para algo”. Primero se diagnostica, se analiza y se revisa qué es lo que se requiere, después vienen las ideas y finalmente, en el momento adecuado, se implementan.

Por supuesto que puede intentarse la aplicación de nuevas soluciones a problemáticas presentes, “sobre la marcha”, aunque aquella comunidad educativa no haya alcanzado los niveles óptimos en los requerimientos mínimos, todos podemos entender que hay temas que no esperan, pero convertir esta forma de gestionar en una continuidad, puede generar un paralelo donde el activismo nunca permitirá que se alcance la calidad en la formación y los aprendizajes; a su vez, se convertirá este círculo vicioso, en una caja negra para los menos informados del tema, y a la postre en un problema sin solución, como muchos otros al que el mote “complejo” o “multifactorial” ayuda a mantener en obsolescencia por décadas. Es en esos momentos donde brilla como charol lo negro y empieza el sistema educativo a justificarse: “es que la pobreza, la disfunción familiar, el barrio, los sueldos, el equipamiento”.

Antes de analizar cualquiera de los anteriores factores, que por supuesto son parte de la realidad educativa que no hemos de negar, la propuesta es verificar primero las acciones certeras, contundentes, que no pueden esquivarse, siempre que se comienza por los mínimos, por la base. Uno debe pensar: ¿Qué es lo mínimo necesario que mi comunidad educativa requiere para impulsar el objetivo? ¿Lo tiene? ¿He buscado priorizarlo? Suelen ser los docentes, los alumnos, los espacios dignos y los materiales educativos. También lo es la capacitación, que conforma visiones, los planes y los objetivos. Un código de ética que enmarque lo anterior, el resto se resuelve en el afán del camino.

Entonces, las luces de la educación habrán de vencer a la oscuridad del porvenir.

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